miércoles, 29 de abril de 2009

Que día aquel, de verdad que no lo merecía...


Un día antes me quede solo, mi pareja se fué...

Sinceramente pensé que no la extrañaría mucho e incluso que su desprendimiento nunca me afectaría tanto... ¡qué equivocado estaba!

El día siguiente a su despedida como los días anteriores y normales de entre semana me fuí a trabajar a la fábrica, como casi siempre me mantuve bastante ocupado y no me dí tiempo de extrañarla aún y quizás también como una defensa inconsciente, al terminar el día laboral regresé al departamento, durante el trayecto me empecé a dar cuenta que iba solo y ella ya no me acompañaba como cada día que coincidiamos a la salida de la fábrica; mi mente comenzó a tejer recuerdos nostálgicos de inmediato, fué increible como se agolparon momentos inolvidables de nuestra relación y eso sumado a la fátiga del día me comenzó a deprimir levemente.

Bajé del transporte y eso me desaturdió un poco, el calor era insoportable en la calle, muy pronto se empapó mi camisa y mi cabello particularmente haciendo que comenzaran a resbalar algunas gotas de sudor por mi rostro y las cuales se comenzaron a confundir con algunas lágrimas, así es, comencé a llorar casi sin darme cuenta, tanto que me había presumido que esto no me afectaría y ya me estaba tragando mis pensamientos y parte de mis lágrimas.

Cuando me percaté de las lágrimas acelere el paso a la par de que me secaba lo más que podía el rostro. Quería llegar lo más pronto al departamento que rentaba amueblado. Ya no solamente el calor me estaba asfixiando.

Llegué por fin y para mi desgracia en ese momento en la puerta del acceso a los departamentos estaba el portero del edificio y me saludó cordialmente y también me comentó:

-Ya le tengo listo el departamento más chico para que si quiere cambiarse hoy mismo puede hacerlo.

Me sorprendió su comentario y es que no recordé que ese mismo día muy temprano alcancé a pedirle que me preparará un departamento más chico para cambiarme por la tarde cuando regresara, quizás pensé que entre más pronto hiciera un cambio de ambiente sería mejor.

Sólo pude contestarle de manera abrupta que estaba bien, le agradecí y me entregó la llave del departamento que ocuparía y me ofreció ayuda para trasladar mis cosas, le contesté que no era necesario y nuevamente le dí las gracias.

Entré al departamento que ocupaba con ella y me desbordé en llanto, ese tipo de llanto lleno de impotencia, de angustía enorme, de desesperación... ella ya estaba muy lejos en ese momento, ya no era tan sencillo ir tras ella.

Después de un largo rato, no sé cuanto tiempo pasó pero para mí fué muy largo, me quedé boca abajo tendido en la cama que compartimos, la colcha y la almohada todavía tenía su aroma. Y ahora también las huellas de mis lágrimas.

Me quedé dormido sin darme cuenta. Cuando desperté ya estaba oscuro, me sentía demasiado agotado, parecía como si hubiera hecho mucho pero mucho ejercicio como cuando practicaba futbol americano. Me dolía el cuello particularmente.

La habitación me parecía más obscura que nunca, parecía como si esa noche la poca luz que solía entrar se negara a iluminar aquella pared donde siempre incidía. Me sentí como hace mucho tiempo también no me sentía, con un temor indescriptible, casi me atrevo a comparar ese momento a estar en el interior del vientre de mi madre previo al nacimiento, todo era obscuro, estaba mi cuerpo en posición fetal y empapado en sudor con una sensación de querer salir pero a la vez evitarlo a toda costa, estaba sufriendo mucho, creo que demasiado...

Que día áquel día, de verdad que no lo merecía...

CUENTO ORIGINAL DE MANUEL ALFONSO GARCÍA BERUMEN (REYNOSA, TAMAULIPAS 1988).

SI REPRODUCES EL PRESENTE CUENTO CITAR FUENTE Y AUTOR RESPETANDO EL TEXTO ORIGINAL.

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